ALABA A DIOS
La vida se ha vuelto difícil, puede decirse que hasta incierta. Mucha gente está aterrorizada. Incluso, hay personas que mueren de miedo a morirse. Comprendo que los peligros de este mundo son muchos y que la posibilidad de perder la vida es real. Sin embargo, tenemos a Dios, al Dios de la Biblia, al que realizó los más grandes prodigios que jamás haya presenciado ser humano alguno sobre la tierra. Me gusta como lo presenta el Salmo 150.
Este salmo tiene seis versículos, pero un espacio doble en blanco separa los dos primeros versos de los cuatro siguientes. Si te das cuenta esa separación está ahí por un propósito definido: anuncia que este cántico contiene dos temas distintos. La primera parte del salmo te dice por qué debes alabar a Dios y la segunda sugiere algunos instrumentos con los que puedes rendirle tributo a quien se ocupa de que existas y provee para tus necesidades. La segunda parte no es la importante, porque solo sugiere instrumentos que hoy pueden sustituirse por los actuales; sin embargo, la primera te lleva al sentido correcto de la adoración humana a Dios. Analiza los versículos uno y dos y encontrarás las razones por las que debes adorar a tu Creador.
Adora a Dios porque es santo.
El primer verso dice: “Alabad a Dios en su santuario” (v. 1a). Esta declaración del salmista habla de santidad. Dios existe y actúa en un medio santo, porque el santuario acoge lo que es santo. El profeta Isaías llamó a Dios “El Santo” (Isaías 10:20; 12:6; 29:19; 30:12; 30:15; 37:23; 40:25; 41:14, 16, 20; 43:3, 14; 45:11; 47:4; 48:17; 49:7; 54:5; 57:15); estas son solo algunas declaraciones que hablan del concepto que Isaías tenía de Dios. En otros textos aludió a él de forma parecida. Para Isaías la frase: “El Santo”, significa “el que es único, el que no tiene igual”. Ese Dios santo, que es inigualable, merece que le adoremos. Así que adoro a Dios porque nadie es como él.
Adora a Dios porque es creador
Además, el segundo verso declara: “Alabadle en la magnificencia de su firmamento” (v. 1b). La invitación del poeta nos transporta del Creador a la creación; pues el firmamento contiene la maravillosa obra de ese Dios santo. Nuestra mente finita no pude descifrar la verdadera grandeza de Dios, porque él está sobre toda su obra, mientras que nuestra comprensión limitada no alcanza a ver a Dios en la grandeza de su creación. Solo podemos reconocer que él está sobre todo lo que existe. Si tienes duda, mira a la historia de la adoración humana: Dios creó a Adán y Eva, nuestros padres terrenos, y los puso en un lugar especial para que adoraran a su Creador.
Por ello el huerto de Edén fue el primer templo en esta tierra. Así que, puede decirse que la adoración terrenal comenzó en un medio creado por un Dios santo, para que habitasen seres santificados creados a la imagen divina (Génesis 1:26-27). Pero la primera pareja pecó y el pecado los alejó de su Creador. Desde entonces la relación entre Dios y la humanidad sufrió un cambio sustancial.
Ahora la humanidad tiene ante sí a un templo creado por un hombre pecador para que habite en él un Dios Santo; y no entiende esta realidad y la convierte en un dilema que no logra resolver. Les parece difícil creer que Dios existe y mora en nuestros templos. El mismo Salomón cambió de parecer en su oración de dedicación del templo que le había construido a Dios, en medio de su plegaria dedicatoria él se preguntó: “¿Más es verdad que Dios morará con el hombre en la tierra? He aquí, los cielos y los cielos de los cielos no te pueden contener; ¿cuánto menos esta casa que he edificado? (2 Crónicas 6:18). Su declaración, postrado ante Dios, parece desalentadora; pero la siguiente frase de él añadió el verdadero sentido de la adoración del ser humano pecador al Dios santo que lo creó: “Más tú mirarás a la oración de tu siervo…” (2 Crónica 6:19a); y agregó: “Tú oirás desde los cielos, y actuarás…” (2 Crónica 6:23). A partir de ahí el sabio no dejó de repetir esa frase durante el resto de su conversación con Dios.
Por esto el salmista evocó a Dios por encima de lo terrenal y lo miró en el conjunto de la creación. Él adoró al Creador que existe sobre la creación y la humanidad pecadora. Alguien que es único e impecable. Pero también recordó los beneficios recibidos de ese Dios que merece adoración en medio del infinito universal.
Adora a Dios porque te sustenta
Por eso en el tercer verso el autor del salmo 150 exclamó: “Alabadle por sus proezas” (v. 2a). Para un israelita que clama a Dios, ¿cuáles serían esas proezas? Un hijo de Dios mira al futuro sin olvidar el pasado. Lo más probable es que el salmista pensó en los milagros que Dios hizo sobre su pueblo desde el surgimiento de Israel y hasta la propia existencia de él mismo como adorador agradecido a Dios. El solo recuerdo del pasado cautivó su mente repleta de agradecimiento y lo hizo exclamar: “Alabadle por sus proezas”, todas aquellas batallas contra reyes paganos, el alimento concedido por Dios en el desierto, o el sorbo de agua bebido por sus antepasados en el desierto de Sinaí, cuando era imposible beberla de modo natural; y alabó al Creador hasta por la existencia humana, que es un milagro divino que muchos no reconocen. Sino que, niegan porque están enfadados con Dios, porque son egoístas y les parece que les ha dado poco.
El pecado es el fruto del egoísmo. Es un mal que surge en alguien que cree que se lo merece todo sin dar nada a cambio, en uno a quien no le importa cómo llegó a la existencia y que solo mira que existe; que está ahí parado ante la gente exigiendo un reconocimiento que no le pertenece. Y porque está ahí, exige que todos le sirvan sin recibir nada a cambio. El egoísmo es insaciable. Cuando tratas de satisfacer a un egoísta pierdes el tiempo y los recursos. No lo lograrás jamás, porque los egoístas no agradecen, solo creen que los demás cumplen con una obligación para con ellos. Por eso no adoran a Dios que es amor, porque no satisface los caprichos de sus mentes egoístas. Pero la verdadera grandeza de Dios está en el sacrificio hecho en la cruz por la redención humana.
Adora a Dios porque es el Redentor
Así que el salmista exclamó: “Alabadle conforme a la muchedumbre de su grandeza” (v. 2b). La grandeza de Dios es tal que se dio a sí mismo para salvarnos. Dio a su hijo para que muriera en una cruz. Ocupó el lugar que correspondía a los pecadores y lo hizo para salvarnos. Por eso es el redentor de su propia creación. Pero a pesar de esta realidad el mundo no le comprende, y la humanidad está dividida en conceptos filosóficos que empequeñecen lo divino y exaltan lo humano. No importa cuál es ahora tu filosofía de la vida: panteísta, deísta, ateísta o teísta; más allá de tus conceptos filosófico Dios existe, y a pesar de todo, te sostiene.
El panteísta cree que la naturaleza es Dios, y adora a la creación en lugar del Creador. El deísta acepta que Dios existe y nos creó, pero cree que este se disgustó con nosotros porque pecamos y se alejó a un lugar inaccesible, desde el cual nos vigila y toma nota de nuestras faltas para venir a destruirnos; creen en un Dios airado y vengativo que no descansa de perseguirnos. Los ateos, no son lo que pretenden ser, dicen que no creen en Dios, pero se adoran a sí mismos y pasan la vida persiguiendo al Dios que los creó y los sostiene. Mientras que los teístas reconocemos que Dios existe y le adoramos por lo que es, le agradecemos por lo que nos da y aceptamos su voluntad sin ponerle condiciones. A esto el orgullo humano le llama sumisión. Y tienen razón, si no aceptas a Dios con sumisión y reconoces tu incapacidad para existir por ti mismo, eres un pobre condenado sin fe y sin esperanza.
Nuestra existencia pasada, presente y futura depende de ese Dios Santo que nos creó, nos sostiene y nos redimió de nuestras faltas. Todo lo demás carece de importancia. Quienes odian a Dios critican su justicia, los que lo amamos y adoramos miramos su misericordia. A los enemigos de Dios Satanás les hace creer que el amor y la justicia son incompatibles y que Dios nos engaña, pero la muerte de Cristo en la cruz del Calvario habla del amor y misericordia divinos al alcance de todas las criaturas.
Tal vez temes a la vida. Tienes miedo de morir ahora. Confía en Dios y vivirás. Él está al timón. Prefiero creer que él me hizo, me sostiene y me redimió de mis culpas. A cada paso miro a Jesús caminando a mi lado. Sé que me acompaña en la vida y en la muerte. Pero comprendo que con él al final está la vida. La vida eterna. La única vida verdadera. La que viene de Dios que es vida.
Por esto digo con el salmista: “Por tanto, no temeremos, aunque la tierra sea removida…” (Salmos 46:2).
Levanta tu vista al cielo, mira a tu Dios más allá de la locura humana y alábalo. No permitas que el miedo tome el control de tu vida, confía en quien todo lo puede. Adóralo hasta en tu último suspiro y vivirás con él por la eternidad.
Te deseo salud y vida.
José M. Moral
Deja una respuesta