«Huye el impío sin que nadie lo persiga. Mas el justo está
confiado como un león».
Proverbios 28:1
Les sucedió un día como cualquier otro vivido antes. Lo
que más felices los hacía era estar con su Padre. Disfrutar
el amor que él les regalaba. Escuchar los sabios consejos
que les dedicaba. Preguntarle a Dios las dudas que les
surgían. Aprender lo que él les enseñaba; y por encima de
todo, obedecerlo. Pero aquél día cambiaron de opinión.
En vez de buscarlo huyeron y se escondieron entre los
árboles. La misma voz que antes los arrullaba desbordante
de amor, después los asustó y huyeron y se ocultaron en
los matorrales. Un profundo estado de pánico los devoraba
por dentro y por fuera.
Nadie conoce los detalles precisos de aquel suceso. No
sabemos la hora exacta en que ocurrieron los hechos ni el
tiempo que permanecieron escondidos. Pero la ley de las
probabilidades sugiere algunos detalles: es probable que
cuando Dios los llamó el corazón les latió más rápido que
de costumbre; los músculos se les crisparon por todo el
cuerpo y hasta es posible que la adrenalina elevara el nivel
normal en sangre. Él mismo confesó en nombre de ambos:
«Tuve miedo».
El padre de Adán y Eva es Dios. Nadie los persiguió
aquél día, pero huyeron. Sin apenas pensarlo se
convirtieron en fugitivos. Dios también es nuestro padre; sin
embargo, aunque algunos no lo creen, él no nos persigue,
sino que nos ama «con amor eterno». Nos amó hasta el
punto de morir por nosotros.
Hace tiempo un profesor dijo en el aula: «El pecado
distorsiona la imagen de Dios en el hombre». Es a Satanás
que debiéramos temer y huir de él despavoridos, pero
cuando el Diablo nos vence, nos hace ver a Dios como un
juez cruel que viene a eliminarnos. Por eso Adán y Eva
huyeron de Dios. A menudo nosotros también huimos de
Dios, vemos la iglesia como una intrusa, al hermano como
un espía, y al pastor como un policía que nos persigue por
todos lados.
Tal vez ahora mismo tú huyes de Dios. Temer a Dios no
es natural, es como un espejismo en la vía, es el resultado
de la rebelión. Tener miedo de Dios significa dejar de ser
feliz.
Busca a Jesús hoy y vivirás confiado. Recuerda el
consejo del sabio: «Huye el impío sin que nadie lo persiga.
Más el justo está confiado como un león». Se como Jesús,
el león de la tribu de Judá.

Pr. José M. Mora

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