«Por la fe Noé, cuando fue advertido por Dios acerca de
cosas que aún no se veían, con temor preparó el arca en
que su casa se salvase; y por esa fe condenó al mundo, y
fue hecho heredero de la justicia que viene por la fe.»
Hebreos 11:7
El capitán se paró frente al pelotón de presos y nos
injuriaba sin el menor escrúpulo. Era un hábito al que ya
estábamos acostumbrados. Ningún convicto decía una
palabra, nada que dijéramos lo callaría. Al contrario, él esperaba la más mínima reacción nuestra para castigarnos
con la mayor crueldad que se le ocurriera. Cualquier abuso
que cometía le parecía poco en comparación con el castigo
que, según los esbirros, merecíamos por no acatar los
designios ateos revolucionarios
Por encima de todos, el oficial a cargo necesitaba
demostrar que tenía el poder. La tortura mental y física
sometía a los cobardes y contenía a los contestatarios; que
obligaban al capitán a soportar las miradas de odio con que
lo golpeaban en pleno rostro. No le temíamos, pero nada
que hiciéramos nos devolvería la libertad. El silencio era la
mejor arma que teníamos. Pero a él lo desesperaba. A
veces gritaba: protesten, digan algo, partía de cobardes.
Pero no nos inmutábamos. No valía la pena darle una
excusa para que nos golpeara.
En medio del estoicismo de los ofendidos, gritó mientras
me señalaba con el dedo índice: «¿Me castigará Dios por
esto?» «No lo dude, Dios pagará a cada cual como
merece», —dije. «¡Seguro que me va a quemar con fuego!»
—rio a carcajadas.
«Nadie quedará sin castigo. Dios juzgará a todos», —
dije. «Pero no con fuego como enseñan los cristianos…;
porque del cielo lo único que cae es agua», —se
desternillaba sin control—. «Sabes una cosa, si ese Dios
que tú dices que existe, nos envía fuego se lo apagamos.
La revolución tiene medios suficientes para apagar la
candela que tu Dios nos mande pa’ cá abajo. Se lo
apagamos…, se lo apagamos…»
La rebelión no tiene límites. Sentí pena por él, porque la
ignorancia hace hablar sin sentido a quienes la padecen.
A las personas que no creen en Dios, les parece difícil
que suceda lo que nunca ha ocurrido. Los antediluvianos
tampoco creyeron que caería agua del cielo en un mundo
en el que jamás había llovido; pero Noé creyó a Dios.
Aceptó que llovería sobre la tierra por la palabra de Dios, y
preparó un arca para salvarse del diluvio que Dios predijo
que vendría. Y por la fe Dios salvó a Noé y lo declaró
justo.
También hoy millones de personas niegan la existencia
de Dios, y no creen que Dios los juzgará y destruirá a
quienes no se arrepientan. Es difícil vivir en un mundo que
con sus actos contradice la certeza de la palabra de Dios.
Que trata el relato bíblico como leyenda, a las leyes de
Dios como supersticiones y conceptos extremistas; y que,
acepta como verdad irrefutable la increíble retahíla de
imaginaciones y falsas interpretaciones y falacias llamadas
descubrimientos científicos. Meras ilusiones llamadas
hipótesis porque no llegan ni a teoría. Pero, si creen o no,
a Dios le tiene sin cuidado, su palabra se cumplirá a su
debido tiempo. No fallará.
Aunque las predicciones divinas te parezcan increíbles
ten fe; porque la fe es el vehículo que nos conduce a
Cristo cuando más improbable nos parece que sus palabras
se hagan realidad. La Biblia lo dice: «Espera en Dios y él
hará».

Pr. José M. Moral

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