«Porque esperaba la ciudad que tiene fundamentos, cuyo
arquitecto y constructor es Dios».
Hebreos 11:10.
Vivimos en tiempos de grandes migraciones humanas.
La gente huye de sus países de origen: huyen de la
violencia, se marchan en busca de mejores horizontes
económicos o buscan paz y protección para sus familias y
para sí mismos.
Es lógico que la gente trate de encontrar un mejor lugar
donde establecerse. La mayoría de los migrantes saben a
dónde van y qué pueden encontrar en los destinos elegidos.
Pero la historia de Abraham fue distinta.
Dios llamó a Abraham a dejar su ciudad natal y dirigirse
a un lugar desconocido para él. Canaán no podía competir
con Ur de los Caldeos. Aquella era una de las ciudades
más importantes en el tiempo de Abraham. La gente emigra
de lugares menos prósperos a los más florecientes. Pero él
debía salir de Ur porque el ambiente cultural y religioso de
su ciudad natal no era el mejor para que desarrollara el
liderazgo espiritual que Dios le pidió que desarrollara.
En los días de Abraham Ur era una ciudad muy
avanzada. Se cree que antes de la época de Abraham la
ciudad tenía de diez a treinta y cuatro mil habitantes, y que
medía como 1 kilómetro de largo por 700 metros de ancho.
Un cántico de la época, poco antes del nacimiento de
Abraham, alababa a la ciudad de Ur, y la señalaba como
una ciudad idólatra. Se conservan restos del Ziggurat de Ur
Nammu, un templo erigido en honor de Nanna la diosa de
la Luna, que aunque ha perdido algunos pisos, aún mide
unos 18 metros de alto.
La técnica que usaron los constructores de Ur alrededor
de dos mil años antes que los griegos levantaran las
famosas estructuras que erigieron, confirma el desarrollo
religioso y arquitectónico de los pobladores de la ciudad de
Abraham (Guliáev, 1989).
Fue en esa ciudad, y en ese ambiente, que Dios llamó
a Abraham a salir sin saber a dónde iba; lo invitó a vivir en
tiendas de campaña, y a dejar atrás la parentela no
convertida.
La experiencia de Abraham sugiere que es más fácil
dejar la tierra que la parentela. Para cumplir la voluntad de
Dios hay que ser uno mismo. Es necesario desprenderse
de las influencias contrarias a la invitación divina.
Abraham salió de Ur porque Dios le pidió que lo hiciera,
pero la familia lo siguió hasta Harán (Génesis 11:31). La
urgencia con que Abraham obedeció al llamado divino
muestra que tuvo la convicción de que la promesa era
cierta y se cumpliría en él (CBA 1). Pero quienes lo
acompañaron al principio del viaje no buscaban lo mismo
que el Patriarca; más bien corrían tras el hechizo de la
prosperidad.
En Harán encontraron agua y buenas tierras de pastoreo
y la parentela de Abraham se estableció allí. No entendían
el objetivo de Abraham. Pero el Padre de la fe los dejó
establecidos y continuó el viaje hasta donde Dios le dijera:
Llegaste.
El llamado divino no es solo a salir, sino a partir y
llegar. Quienes no llegan a los destinos programados son
viajeros frustrados. Canaán no era tan fértil como Harán ni
desarrollada como Ur; pero fue el lugar indicado por Dios al
Patriarca.
Cumplir la voluntad divina es el mejor destino. No te
entristezcas ni te sientas engañado si obedeces el llamado
divino y no encuentras lo que esperabas. Dios es fiel y ve
más lejos que tú. No dudes de él.
No sé cuál es la decisión que debes tomar hoy, pero es
mejor escuchar la voz de Dios cuando nos habla al
corazón. Dios quiere transformarte en alguien grande e
importante para él. No dudes en seguir su invitación.
Aunque te parezca contra toda lógica, como Abraham,
también puedes alcanzar la ciudad con fundamentos
prometida por el Creador. Dios no es lógico, porque es
omnisapiente. La nueva Jerusalén es su ciudad y está a tu
alcance. Camina sin dudar rumbo a la Canaán celestial. Si
caminas hacia ella llegarás. No lo olvides.

José M. Moral

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